Contarte en Lésbico, libro de Elena Madrigal

Elena Madrigal, Contarte en lésbico,
Editions Alondra, México, 2010. 133 pp.
ISBN 978-2-923143-16-3


Sobre Contarte en lésbico
Por Humberto Guerra

Nunca ha sido equitativa la representación literaria de grupos considerado marginales, periféricos, alternativos o cualquier otra denominación que nos parezca la más adecuada.

Digamos que dentro de la diferencia erótico-afectiva hay grupos que “sufren” o se “benefician” de ciertas prioridades simbólicas. Entre los grupos sexodiversos es la homosexualidad masculina la que en nuestra literatura ha tenido mayor oportunidad de representación, al menos desde el siglo XVIII y durante el siglo XIX existen ejemplos estereotipados de personajes no heterosexuales.

A lo largo del siglo XX, la representación textual de la homosexualidad masculina sirvió en reiteradas ocasiones como referente de lo no mexicano, de la traición, de la cobardía; en fin, de la debilidad física y moral. La homosexualidad definía y delimitaba al verdadero hombre nuevo emanado de la Revolución. En este contexto, la representación de la alteridad sexual femenina se presentaba, muy esporádicamente, como excepción a la regla: era el premio voyerístico del ojo textual masculino como en el caso del poema “El beso de Safo” de Efrén Rebolledo, la solución económica en “Raquel Rivadeneira” de Guadalupe Amor o la constatación de la futilidad de una
relación erótico-afectiva como se asegura en La feria de Juan José Arreola en la que un personaje afirma que es imposible que dos mujeres mantengan una relación sexual porque no tienen con qué, es decir, carecen de un falo rector y satisfactor.

Afortunadamente, las letras mexicanas comienzan a expresar la experiencia lésbica de forma tal que, en cada nueva entrega, tenemos acceso a textos más depurados y más propositivos, como Contarte en lésbico que amerita ciertas reflexiones al respecto. En primer término, hay que considerar el uso exclusivo de la primera persona del singular, ese “yo” que irremediable e intencionalmente nos está indicando que lo narrado tiene un valor documental, subjetivo, personal y que no necesita de una instancia externa que justifique, sancione o permita la experiencia narrada. Todos los cuentos tienen la impronta de la experiencia de primera mano, su existencia no necesita de justificación alguna. De esta manera, se abaten considerablemente los posibles juicios de valor; el libro tiene aquí una intención y una propuesta muy claras: presenta
una experiencia como un hecho y nada más. Por ejemplo, en “El hijo del pueblo” un acercamiento erótico afectivo se explica así:

Una tarde, fue otro beso; a la siguiente un abrazo; a la tercera dijoDolores que debíamos casarnos. La cuarta, ella se hizo una corona yun ramo de flores blancas y, en la cocina, donde nos conocimos, puesnos casamos. (70)


La anterior cita nos da pie para echar un vistazo a otra característica encomiable del libro: la narración de las prácticas sexuales de manera explícita, morosa, detallada. Si relacionamos el afán documental con la textualización de la sexualidad lésbica, podemos deducir que igualmente esta dimensión fundamental tanto de la experiencia lésbica como de los textos que la retoman en sus páginas proporciona una mirada fresca, festiva, explícita de la sexualidad, muy alejada de los lugares degradados o vicarios donde tradicionalmente se le colocaba.

Aun hoy en día, la sexualidad lésbica no tiene la presencia explícita y simbólica que aquí se manifiesta. Por el contrario, se le ha seguido relegando, escamoteando, velando o, en sus ejemplos más explícitos, sirve de excitante al ojo heteromasculino.

En contraposición, en “Arielle” una satisfecha ama de casa que completa el presupuesto familiar con la venta por catálogo de cosméticos (concretización de la feminidad más estereotipada) comprueba los beneficios de los productos que vende de la mano de una dulce enfermera que ausculta sabia y pacientemente su sexo:

Su boca transitaba de mi boca a mi cuello y su mano derecha se encargó de la sorpresa mayúscula: mansamente, abrió en el medio de mis piernas, acarició,movió, removió todos los pliegues que encontró a su paso y luego llevó mihumedad, especiada, amparada, licorosa y aterciopelada, a todos los confines de ese territorio aún virgen. El vientre se me contraía a espasmos y un trocitode mí, como un botón de geranio que quiere reventar, le empezó a marcar elaceleramiento. Ivón aferró su dedo al botón; a ratos lo dejaba saltar, o lo deteníao lo rodeaba sin cuartel. Junto con el botón, estallé yo también en un estruendode tambores, colas de estrellas fugaces multicolores, en un armonioso bouquet deTiare de Tahití, Jazmín de Sambaq y Raíces de Massez, popurrí de las mejores fragancias. (45)

No obstante, el libro que nos reúne hoy no es sólo una versión idealizada, despreocupada o desproblematizada de la experiencia sáfica. También puede leerse en él una serie de cuestionamientos y contradicciones que están presentes en toda comunidad humana, pero que tal vez sean más fácilmente detectables en grupos que por largo tiempo han estado imposibilitados de dialogar entre sí o que para existir han tenido que recurrir a modelos ajenos a su propia naturaleza. En “Pensión de viudez” la narradora ha sido cortejada por una mujer de apariencia extremadamente masculina y las cortesías más bugas, traslapadas al ámbito lésbico, como son regalos acompañados de flores, mariachis al pie de la ventana, disposición a cumplir los caprichos más nimios de la cortejada, se trastocan en una verdadera decepción erótica cuando la narradora se percata que todas estás galanterías o damosidades van de la mano de un ejercicio sexual que considera a la compañera un sujeto erótico inerte que finalmente debe estar agradecido de que la galana le haya hecho el amor de manera rápida y supuestamente eficaz. El pasaje se narra así:

Para no hacértela larga, me llevó casi cargando a la cama, se bajó los pantalones, medio se bajó la trusa, se me echó encima; chirrinchinchín, pa´rriba y pa´bajo la cadera. Me enteré de que se había venido cuando los ojos se le pusieron en blanco y…sanseacabó. Ni besitos, ni encueraderas ni toqueteos. Nada. Ni los pezones se me abrieron y una punzadura me atravesó de lo más profundo del vientre hasta patearme el clítoris. (20)

A pesar de las insatisfacciones que la narradora experimenta en el aspecto sexual, y a pesar de la abundancia de pruebas de que el único lugar ocupable en esta hipotética relación sería el de preciado objeto, la narradora opta por la seguridad económica que este cuasi macho lésbico le proporciona. El esquema más tradicional de la mujer aguantadora y mantenida y del macho proveedor y autocomplacido se cumple de manera fehaciente.

Algo muy similar sucede en “A dos de tres caídas” en la que una narradora toda fem, toda lápiz labial y tacón alto de punta es seducida nada menos que por una estrella del pancracio, pareciera que los estereotipos se hacen y el destino los junta. Una mujer clásicamente femenina unida por su sombra, su negativo, una mujer que ha seguido un territorio habitualmente masculino: la lucha libre y sus juegos de contrarios. Lo interesante es que en este caso estas actuaciones sociales no son consecuentes con las actuaciones privadas: la luchadora diligentemente le prepara el desayuno a la chica fem quien holgazanamente trama el próximo encuentro sexual:

Pantera…Ayer decía que no quería que ni la mirara. “Ni que fueras torera, que con una cogidita se te vaya a ir la fuerza o la suerte”.
Pantera…una pantera no te contesta “ay, no digas tan feo”.
Pantera…Si es una gatita ronroneando alrededor de mi pierna. ¿O será que una pantera se tira plena en tu cama y espera a que le devores el cuello, a que deslices tu mano bajo su camisa y luego a besos le acabes los pezones? (112-113)

La luchadora, de nombre profesional Pantera, no gusta de las palabras fuertes, tiene sueños de fama y fortuna y se pierde entre las delicias que la ruda narradora le juega en el ring erótico. Un proceder social no impide o restringe o condiciona un proceder personal; la luchadora se gana la vida a fuerza de golpes, caídas, exhibición de destreza física y psicológica y al mismo tiempo es una diligente niña ingenua que se deja seducir hasta lo indecible por su propia antítesis social, la mujer preocupada por el maquillaje, el arreglo y la caída de la falda o el ajuste del pantalón…

Creo sinceramente que de esta manera nos acercamos a la propuesta más interesante que nos ofrece Contarte en lésbico: la experiencia sexodiversa en general y lésbica en particular ha sido una búsqueda de referentes existenciales y simbólicos cada vez más propios, más abiertos a cualquier tipo de posibilidad, de alternativa, de experimentación que, en conjunto, señalan que somos más variados, más enriquecidos de lo que hemos podido imaginar. Un conjunto de cuentos como el de Elena nos ayuda a vernos en estos varios y divertidos espejos.


Elena Madrigal y la nueva lesbiana

Por Antonio Marquet

Uno tiene ganas de volverse lesbiano al devorar este primer libro de cuentos de Elena Madrigal. Trataré de explicarles por qué: Perteneciente a la corriente del lesbianismo mágico, en Contarte en lésbico el acto lésbico es pertinente, fácil, seguro, natural, espontáneo, feliz, lúdico, excitante, placentero, intenso, pródigo, aceptado, respondido, correspondido… El erotismo lésbico se explica en términos sencillos y universales:

“… es como tener hambre o sed. Encuentras la comida o la bebida: te acercas, la tomas.” (p. 121)

Se produce sin que sea forzado, violentado. Todo transcurre fluidamente sin que exista compulsión, rivalidad, persecución, acoso, confrontación. El acto lésbico se abre silenciosamente como una magnífica flor en un mundo cotidiano, visto desde una perspectiva 100% femenina. Tomaré como ejemplo el cuento “Arielle”, donde el maquillaje se ve intensamente erotizado, al entrar en una red particularmente significativa. De pronto, uno percibe que no se trata del maquillaje travesti ni del maquillaje drag. Tampoco es el maquillaje heterosexual, que suele no ser valorizado por el destinatario. “Arielle” es una línea de maquillaje y la escena de seducción se desarrolla entre una vendedora de productos de belleza y la compradora. Conociendo técnicamente las cualidades de cada uno de sus productos, la vendedora los disfrutará en la compradora que la seduce. Al verse envuelto en la trama lésbica, el lector reflexiona sobre las posibilidades del maquillaje en otros ámbitos y entiende los lazos afectivos que giran en torno a la compra-venta. La escena erótica es consecuencia de una prolongada historia de intercambios.

El título de esta colección de cuentos, Contarte en lésbico, pone en el escenario a una narradora y una destinataria. Va de un yo a un tú, en un círculo intimista. El lector entra como un mirón que se aposta en la tercera persona. De esta forma, Contarte en lésbico declara su programa narrativo desde el título y profesa la úesta en relato como un acto intensamente político de mujeres que deciden sobre su cuerpo, su erotismo. Son ciudadanas que viven de pie, con dignidad, fuera del clóset.

Lee la reseña completa de Antonio Marquet en:



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